lunes, 28 de abril de 2008

Emma Goldman - Filosofía del ateísmo (1916)

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Para dar una exposición adecuada de la Filosofía de Ateísmo, sería necesario revisar los cambios históricos de la creencia en una deidad, desde el principio, hasta la actualidad.
Pero para eso no alcanzaría sólo un artículo, Sin embargo, no está de más mencionar que Dios, el concepto, el Poder Sobrenatural, el Espíritu, la Deidad, (o algún otro término que el teísmo pudo haber inventado), se ha hecho más indefinida y oscura con el progreso y el paso del tiempo. En otras palabras, la idea de Dios se pone más impersonal y nebulosa en proporción a como la mente humana aprende a entender los fenómenos naturales y la rapidez con la que ciencia la progresa.

Dios, en la actualidad, ya no representa las mismas fuerzas que al principio de su existencia; ni tampoco dirige el destino humano con la misma mano de hierro que en los tiempos antiguos. Más bien, parece ser que la idea de dios expresa una especie de estímulo espiritualista para satisfacer la moda y las fantasías de cada sombra de la debilidad humana. En el transcurso del desarrollo humano, éste se ha forzado la idea de dios para adaptarlo a cada fase de los asuntos humanos, para que sea absolutamente compatible con sí mismo.

El concepto de los dioses provino del miedo y de la curiosidad. El hombre primitivo fue incapaz de entender los fenómenos de la naturaleza y acosado por ellos, vi en cada manifestación aterradora alguna fuerza siniestra expresamente dirigida contra él; y como

Muy acertadamente, Mikhail Bakunin un ateo anarquista mundialmente reconocido, dice en su gran trabajo Dios y el Estado:

“Todas las religiones, con sus dioses, sus semidioses, sus profetas, sus Mesías y sus santos, fueron creadas por la imaginación parcial de los hombres que no habían logrado el desarrollo lleno y la posesión llena de sus facultades. Por consiguiente, el cielo religioso es nada más que el espejismo en el que el hombre, apoyado por la ignorancia y la fe, descubrió su propia imagen, pero la amplió e invirtió. La exageración, y la despreciación de los dioses que habían tenido éxito en la creencia la humana, no es nada, por lo tanto, sino el desarrollo de la inteligencia y de la conciencia colectivas de la humanidad. Tan rápido como ellos descubrieron, en el transcurso de su avance histórico, en ellos o en la naturaleza externa, una cualidad, o algún gran defecto, ellos lo atribuyeron a sus dioses, después lo exageraron y lo ampliaron, exactamente igual a como lo hacen los niños, según su imaginación religiosa.
Con todo el respeto de los metafísicos e idealistas religiosos, filósofos, políticos o poetas: La idea de dios implica la eliminación de razón humana; esto es la negación más decisiva de la libertad humana, y necesariamente lleva a la esclavitud de humanidad, tanto en la teoría como la práctica."

Así la idea de dios, reanimada, reajustada, y ampliada, según la época, ha dominado a la humanidad y seguirá haciendo así hasta que el hombre levante su cabeza un día soleado, sin miedo y con una propia voluntad.

Ya hay indicaciones de que el teísmo (la teoría de especulación), está siendo substituido por el Ateísmo (ciencia de demostración); Mientras el primero cuelga en las nubes metafísicas del Más allá, el otro tiene sus raíces firmemente en el suelo.

La disminución de teísmo es el espectáculo más interesante que existe, sobre todo, se manifiesta en la ansiedad del teísta, independientemente de su clase en particular. Ellos realizan señas de angustia, al darse cuenta que el ateismo va en aumento, que cada vez existe gente menos religiosa; que están absolutamente dispuestos a dejar el “más allá” y su dominio divino a los ángeles y a los gorriones; porque más y más se están dando cuenta en los asuntos de su existencia inmediata.

¿Como devolver a la gente la idea de Dios?, es la pregunta de todo teísta.
Puesto que la religión, "la Verdad Divina" las recompensas y castigos son las marcas de fábrica más grande, las más corruptas, la industria más poderosa y lucrativa en el mundo.
Esta industria que sirve para desechar la mente humana, sofocar su corazón.

¿Cómo aumentar el casi extinto número de teístas? Eso es realmente un asunto de vida o muerte para todas las denominaciones. Y su tolerancia no existe, es más bien una debilidad. Quizás esto explica los esfuerzos promovidos en todas las congregaciones religiosas para combinar la filosofía religiosa con otras con las que se encontraba en conflicto. Cada vez más conceptos " del único Dios verdadero, el único espíritu puro, la única religión verdadera " tolerantemente son encubridos por el esfuerzo frenético para rescatar a las masas modernas de la influencia "perniciosa" de ideologías ateas.

La principal característica de la “tolerancia" teísta es que nadie se preocupa realmente en lo que la gente cree, sino solamente en lo que uno mismo piensa, entonces ellos creen o pretenden creer. Para lograr este final, los métodos más ordinarios y vulgares son usados. Reuniones de esfuerzo religioso y de renacimientos con Billy Sunday como su campeón - los métodos que deben ultrajar cada sentido refinado, y que en su efecto sobre el ignorante y curioso a menudo tienden a crear un estado suave de locura no raras veces acompañado de fantasías eróticas.
Todas las clases de instituciones religiosas, recibirán enormes ganancias de las masas oprimidas, domesticadas.

Deliberada o inconscientemente, la mayor parte de los teístas, ve en dioses y diablos, cielo e infierno; recompensa y el castigo, un látigo para azotar hacia la obediencia.

¿No ha pintado todo teísta su deidad en forma de amor? Aún después de unos miles de los años de tales predicaciones, los dioses permanecen sordos a la agonía de la raza humana. Confucio no se preocupa por la pobreza y la miseria de la gente de China. Buda permanece tranquilo ante el hambre de los Hindús, Yahvé sigue sordo al grito amargo de Israel; mientras Jesús rechaza resucitar de entre los muertos aún con los cristianos matándose entre ellos.

Toda alabanza al " Más alto " pide la justicia y la piedad. Pero, la injusticia entre los hombres está en aumento; los ultrajes comprometidos contra las masas en este país se están desbordando al cielo mismo. ¿Pero dónde están estos dioses que se supone llegarán a acabar el sufrimiento de la humanidad? No, no son los dioses los que deben terminarla, es el HOMBRE el que debe alejarse de su ira. Él, engañado por todas las deidades, él mismo, debe aprender a impartir la justicia sobre en la tierra.

La filosofía de Ateísmo expresa la extensión y el crecimiento de la mente humana. La filosofía de teísmo, si podemos llamarlo la filosofía, es estática y fija. Incluso la mera tentativa de perforar estos misterios representan, desde un punto de vista teísta, la no creencia en la omnipotencia completa, y aún una negación de la sabiduría de los poderes divinos.
Al hacer esto, se realiza un viaje agitado hacia el conocimiento y la vida. La mente humana sólo así comprenderá que el universo no es el resultado de un mandato creador, ni de una inteligencia divina.

La filosofía de Ateísmo representa una vida sin creencia en lo sobrenatural, en el Más allá o en un Creador Divino. Sino en un concepto del mundo real, verdadero con su liberación, ampliación y embelleciendo posibilidades, en contra de un mundo irreal, que, con sus espíritus, oráculos, y la alegría tacaña han mantenido a la humanidad en constante degradación.

Esto puede parecer una paradoja salvaje, pero esto es patéticamente verdadero.
Bajo el latigazo de la idea teísta, esta tierra no ha servido a ninguna otra cosa a parte de ser una estación temporal para probar la capacidad del hombre a la voluntad de dios. Pero cuando el hombre, intentó averiguar a la naturaleza, le dijeron que era completamente en vano, que no tenía sentido bajo " la finita inteligencia humana "

El objetivo de la filosofía de Ateísmo es liberar al hombre de la pesadilla de los dioses; esto quiere decir la disolución de los fantasmas del más allá. Una y otra vez, la luz de la razón ha disipado la pesadilla teísta, pero la pobreza, la miseria y el miedo han recreado los fantasmas. El ateísmo, por otra parte, en su aspecto filosófico, rechaza la lealtad al concepto de Dios, rechaza toda la servidumbre a la idea de Dios, y se opone al principio teísta como tal.

El teísmo, y su influencia perniciosa sobre la humanidad, ha paralizado el pensamiento y la acción, mientras que el Ateísmo lucha con todo su poder.

La filosofía de Ateísmo tiene su raíz en la tierra, en esta vida; su objetivo es la emancipación de la raza humana sobre todas las deidades, sean ellos Budistas, Judíos, cristianos, Mahometanos, Brahministas, o lo que sean.
La humanidad ha sido castigada mucho tiempo por haber creado a sus dioses; nada más que el dolor ha llegado al hombre cuando los dioses surgieron. Hay sólo una salida a esto: El hombre debe romper sus cadenas que lo han atado a las puertas del cielo y del infierno, de modo que él pueda comenzar a formar su conocimiento.

Sólo después de que el triunfo de la filosofía Atea en las mentes y los corazones de la humanidad, la libertad y la belleza serán el premio. La belleza como un regalo del cielo ha resultado inútil. Esto, sin embargo, se hará la esencia y el ímpetu de la vida cuando el hombre aprenda a ver en la tierra el único cielo apto para el hombre. El ateísmo ya ayuda a liberar al hombre de su dependencia sobre el castigo y la recompensa.

¿No insiste el teísta que no puede haber ninguna moralidad, justicia, honestidad o fidelidad sin la creencia en un “Poder Divino”?
Basado sobre el miedo y la esperanza, tal moralidad siempre era un producto vil, ha impregnado la hipocresía en todo teísta.
En cuanto a la verdad, la justicia, y la fidelidad, ¿Quiénes han sido sus exponentes valientes y pregoneros atrevidos? Casi siempre los ateos: los Ateos; ellos viven, luchan y mueren por ellos. Ellos sabían que la justicia, la verdad, y la fidelidad no son condicionadas por el cielo, pero son los que producen los cambios enormes que continúan en la vida social y material de la raza humana.

La gente con inteligencia comienza a comprender que los actos morales, impuestos sobre la humanidad por el terror religioso, han perdido toda la vitalidad.
Un vistazo en la actualidad, con sus odios, crímenes, y avaricia, basta para demostrar lo falso que es la moralidad teísta.

El hombre debe regresar a él antes relacionarse con otras personas.
Un Prometeo encadenado a la “Roca de las Edades” está condenado a ser presa de los buitres de la oscuridad. Desate a Prometeo, y usted disipará la noche y sus horrores.

El ateísmo es la negación de los dioses, y es al mismo tiempo la afirmación más fuerte del hombre, y por el hombre, un eterno sí a la vida, el propósito, y la belleza.

domingo, 27 de abril de 2008

Ayaan Hirsi Alí (Extractos de "Infiel")

El testimonio de una mujer que se rebela contra el islam.

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(…) Empecé a rebelarme interiormente contra la tradicional subyugación de las mujeres. En aquellos días todavía llevaba el hiyab. Pensaba mucho en dios, en cómo ser buena a sus ojos y en la belleza de la obediencia y la sumisión. Traté de apaciguar mi alma hasta convertirme en un simple vehículo de la voluntad de Alá y de las palabras del Corán. Pero mi alma parecía empeñada a desviarse del “recto camino”.

Algo en mi interior siempre se había resistido a seguir los valores morales que subyacían en los sermones de mi religión: una diminuta chispa de independencia. Tal vez era una respuesta al abismo que mediaba entre el comportamiento estricto que exigen las sagradas escrituras y las realidades de la vida cotidiana, con sus giros y recodos. Incluso de niña no comprendía la flagrante injusticia de las normas, sobre todo en relación con las mujeres. ¿Cómo podía querer un dios justo –tan justo que en casi todas las páginas del Corán se alaba su identidad- que las mujeres fuesen tratadas tan injustamente? Si dios era clemente, ¿Por qué exigía que sus criaturas fueran ahorcadas en público? Si era compasivo, ¿Por qué los infieles tenían que ir al infierno? Si Alá era todopoderoso ¿Por qué no convertía a los infieles en fieles y había que todos fueran al paraíso?

En mi fuero interno me resistía a las enseñanzas y las transgredía en secreto. Igual que las otras chicas de mi clase, seguí leyendo novelas de amor y de misterio, a sabiendas que con ello me resistía a acatar al islam de forma absoluta. Leer novelas que me excitaban a transigir con lo único que una musulmana no debe permitirse nunca: tener deseo sexual fuera del matrimonio.

Una musulmana no debe desmandarse, ni sentirse libre, ni tener ninguna de las mociones y deseos que yo sentía cuando leía esos libros. Una muchacha musulmana no decide por sí misma ni trata de llevar el mando. Le han enseñado a ser dócil. Si eres musulmana, te desvaneces hasta que casi no queda nada tuyo dentro de ti. En el islam, convertirse en individuo no es un proceso necesario; muchas personas, sobre todo mujeres, jamás desarrollan una clara voluntad individual. Te sometes; ese es el significado literal de la palabra “islam”: SUMISIÓN.

No obstante, la chispa de voluntad que había en mi interior crecía incluso mientras estudiaba y practicaba la sumisión… Creo que lo que más me ayudó a salvarme de la sumisión fueron las novelas. Yo era joven, pero los primeros pasos pequeños y tímidos de mi rebelión ya se habían hecho notar. (…)

Sentía que todo pensamiento mío que no concordaba con el islam lo metía dentro de una “puertecilla” de mi mente y cerraba la llave, intentando no abrirla nunca. (…)

Una tarde, vi en la pantalla la banda de noticias de última hora, pensé que la CNN había desenterrado otro suceso sin importancia para propagarlo a bombo y platillo. Mientras seguía viendo la televisión, se estrelló el segundo avión contra una de las Torres Gemelas. La locutora afirmaba que tal vez no fuera un accidente, y que los dos impactos indicaban que podía tratarse de un atentado… cerré los ojos y pensé en somalí: “Oh, Alá, no permitas que los culpables sean musulmanes”. (…)

La CNN y Al Yasira empezaron a emitir videos de antiguas entrevistas con Osama Bin Laden. Meras justificaciones de la guerra contra EE.UU. que según él, encabezaban junto con los judíos una nueva cruzada contra el islam. Sentada junto a una preciosa casa de la pintoresca ciudad de Leiden, a mí todo eso me parecía rebuscado, como los delirios de un loco, pero las citas del Corán que pronunciaba Bin Laden me resonaban en el cerebro: “Cuando te encuentres con los infieles, córtales el cuello”, “Si no sales a luchas, dios te castigará severamente y pondrá a otros en tu lugar”, “Dondequiera que encuentres a los politeístas, mátalos, aprésalos, rodéalos, acéchales.”, “Tú que crees, no tomes por amigos a judíos y cristianos, sólo son aliados entre sí. Quienquiera que los tome por aliados se convertirá en uno de ellos”. Bin Laden citaba el hadiz: “La Hora (del juicio) no llegará hasta que los musulmanes combatan a los judíos y los maten”.

No quería hacerlo, pero me sentía obligada: tomé el Corán y el hadiz y empecé a hojearlos, para comprobar si era cierto. Odiaba hacerlo, porque sabía que encontraría las citas de Bin Laden y no quería poner en duda la palabra de dios. Peró tenía que preguntar: ¿Se derivaban los atentados del 11 de septiembre en la fe verdadera del verdadero islam?, Y si era así, ¿qué pensaba yo del islam?

Bin Laden decía “O estás con la cruzada o estás con el islam”, y yo sentía que el islam se hallaba en una crisis verdaderamente terrible en todo el mundo. ¿De verdad ningún musulmán podía seguir ignorando el choque entre la razón y nuestra religión? Durante siglos nos habíamos comportado como si el conocimiento estuviera en el Corán, negándonos a cuestionar nada, negándonos a progresar. Nos habíamos ocultado de la razón durante tanto tiempo porque éramos incapaces de afrontar la necesidad de integrarla en nuestras creencias. Y eso no funcionaba, sino que provocaba un dolor espantoso y una conducta monstruosa.

A los musulmanes se nos había enseñado a concebir la vida terrenal como una etapa, una prueba que precede a la vida real en el más allá. En esa prueba, lo ideal era que todo el mundo viviera del modo más parecido posible al de los seguidores del profeta. ¿Acaso eso no inhibía el esfuerzo por mejorar la vida cotidiana? ¿Estaba por tanto prohibida la innovación para los musulmanes? ¿Eran los derechos humanos, el progreso, los derechos de la mujer, ajenos al islam?

Al declarar infalible a nuestro profeta y no permitirnos dudar de él, los musulmanes habíamos establecido una tiranía estática. El profeta Mahoma había intentado regular todos los aspectos de la vida. Al adherirnos a sus reglas sobre lo que está permitido y lo que está prohibido, los musulmanes hemos suprimido la libertad de pensar por nosotros mismos y de actual según nuestras preferencias. Hemos fosilizado la perspectiva moral de miles de millones de personas con la mentalidad del desierto árabe propia del siglo VIII. No éramos solamente sirvientes de Alá, éramos esclavos.

La “puertecilla” que había en la trastienda de mi cerebro, donde guardaba mis pensamientos discordantes se abrió de golpe después del 11S, y se negaba a cerrarse de nuevo. Me descubrí pensando que el Corán no es un libro sagrado, sino un documento histórico escrito por seres humanos, una versión de los acontecimientos, la que percibieron los hombres que lo escribieron 150 años después de la muerte del profeta Mahoma. Una versión muy tribal y árabe de los hechos. Pregona una cultura brutal, fanatizada, obsesionada por controlar a las mujeres y ávida de guerra.

El profeta nos enseñó muchas cosas buenas. A mi me parecía espiritualmente atractivo creer en “el más allá”. Mi vida se enriquecía con las instrucciones del Corán de mostrar compasión y caridad con los demás. Hubo épocas en que yo, como muchos otros musulmanes, considerábamos demasiado complicado plantearnos la cuestión de la guerra contra los infieles. La mayoría de los musulmanes jamás profundizábamos en la teología, y rara vez leíamos el Corán; nos lo enseñan en árabe, una lengua que la mayoría de los musulmanes no habla. Por eso, casi todo el mundo piensa que el islam busca la paz. De esas personas sinceras y amables emana la falacia de que el islam es pacífico y tolerante.

Pero no podía ignorar el totalitarismo, el puro marco moral que es el islam. Regula todos los detalles de la vida y subyuga el libre albedrío. El islam un sistema confesional rígido y un marco moral, lleva a la crueldad. El acto inhumano de aquellos diecinueve secuestradores era el resultado lógico de un sistema detallado de regulación del comportamiento humano. Su mundo estaba dividido entre “nosotros” y “ellos”: si no aceptas el islam, sucumbirás.

Yo supongo, que podemos desvincularnos de los dogmas que llevan a la ignorancia y la opresión. Podríamos examinar nuestros dogmas a contraluz e infundir los valores del progreso en las tradiciones rígidas e inhumanas. Podríamos llegar a aceptar la expresión de la individualidad.

Para pensar de ese modo, por supuesto, tenía que creer que el Corán era relativo, es decir, no absoluto, no pronunciado por dios, sino otro libro más. También tenía que rechazar la idea del infierno, cuya perspectiva siniestra siempre me había atemorizado e impedido criticar al islam. Una noche estuve pensando: “Pero si esto es así, ¿Entonces qué es lo que sinceramente creo sobre dios?” (…)

En mayo de 2002 decidí irme de vacaciones, fui a Corfú, y me llevé un pequeño libro de tapas marrones, “El manifiesto ateo”, que Marco me había dado un día en el curso de una discusión. Cuando me lo dio sentí como si tratara de inculcarme su libro sagrado, como si yo le hubiera impuesto el Corán, y eso me repelió. Pero ahora quería leerlo. Quería llegar al fondo de esa cuestión. Mis preguntas eran tabú. De acuerdo con mi educación, si no era seguidora de dios, forzosamente lo era de Satán…

Leí el libro y me maravilló la claridad y el atrevimiento del auto. Pero en realidad no hacía falta, con sólo querer leerlo: eso ya significaba que yo dudaba, y lo sabía. Antes de haber leído cuatro páginas ya sabía mi respuesta: Había roto con dios hacía años, me había vuelto atea.

No tenía nadie a quién decírselo. Una noche en el hotel me miré al espejo y dije e voz alta: “No creo en dios”. Lo dije lentamente, articulando bien las palabras, en somalí. Me sentí aliviada. Me sentí bien, no hubo dolor, sino una gran claridad. El largo proceso de ver las fallas en la estructura de mi creencia y rodear de puntillas sus esquinas raídas había quedado atrás. Los ángeles que vigilaban sobre mis hombros, la tensión mental que sentía al mantener relaciones sexuales sin estar casada, al beber alcohol, al no observar ningún deber religioso, todo eso se lo había llevado el viento. La omnipresente perspectiva de abrasarme en el infierno desapareció y mi horizonte parecía más amplio. Dios, Satán, los ángeles: todo era producto de la imaginación. A partir de ahora podía pisar con firmeza el suelo que había bajo mis pies y orientarme con ayuda de mi razón y mi amor propio. Mi brújula moral estaba en mi interior y no en las páginas de un libro sagrado…

Los seres humanos están en el origen del bien y del mal, pensaba. Hemos de pensar por nosotros mismos; somos responsables de nosotros. Llegué a la conclusión de que no podía ser sincera con los demás si antes no lo era conmigo. No mentiría más, ni a mí ni a los otros, estaba harta de mentiras. Ya no tenía miedo al más allá.

Ayn Rand sobre religión

jueves, 24 de abril de 2008

Entrevista a Ayn Rand

Ayn Rand (seudónimo de Alissa Zinovievna Rosenbaum, San Petersburgo, Rusia, 2 de febrero de 1905 - Nueva York, Estados Unidos, 6 de marzo de 1982), filósofa y escritora estadounidense de origen ruso.

Nació en una familia judía, aunque no practicante, si bien, ella misma afirmaba ser atea.

Ayn Rand creó su propio sistema filosófico, al que llamó objetivismo, describiéndolo como la "filosofía para vivir en la tierra".

El objetivismo es descrito como un sistema integrado de pensamiento que define principios abstractos en los que el hombre debe pensar y actuar si es que quiere vivir la vida propia de un hombre. La filosofía y la ficción de Ayn Rand enfatizan sus conceptos de individualismo, egoísmo racional y capitalismo.

Rand sostenía que el hombre debe elegir sus valores y sus acciones mediante la razón, que cada individuo tiene derecho a existir por sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros para sí, y que nadie tiene derecho a buscar valores de otros ni a imponerles ideas mediante la fuerza física.

Teniendo la convicción de que los gobiernos tienen una función legítima pero limitada, a Ayn Rand no se la puede confundir en absoluto con una anarquista, pudiendo en cambio ser considerada como una liberal y minarquista, pese a que ella nunca se aplicó este último término a sí misma. Aún cuando muchas de las ideas y principios de Ayn Rand se encontraban ya presentes en forma germinal en las obras de Frédéric Bastiat, ella siempre consideró sus ideas contribuciones originales.

La influencia de Ayn Rand como autora literaria es mayor que su influencia estricta como filósofa y creadora del "objetivismo".



miércoles, 23 de abril de 2008

Dawkins

Dawkins in Lynchburg VA (part 1) The God Delusion



Dawkins in Lynchburg VA (part 2) The God Delusion

La ignorancia concentrada en un simple video

THe Atheist Delusion

lunes, 7 de abril de 2008

La verdad de la religión


© Fernando Savater

La religión considerada como verdad en el sentido literal y fáctico del término (decir «Dios existe», «el alma es inmortal» o «los santos pueden hacer milagros» resulta cierto en el mismo sentido en que lo es el asegurar «el Océano Pacífico existe», «el cuerpo humano está formado en buena parte por agua» o «los médicos pueden curar a sus pacientes») es la visión más tradicional y la que hoy es de suponer que adopta la inmensa mayoría de las personas religiosas en todo el mundo. Desde una perspectiva filosófica, choca frontalmente con todas las pautas de verificación que utilizamos para aceptar certezas en cualquier otro de los campos del conocimiento. En una palabra, no hay razón para tenerla por ajustada a la realidad. Si alguien desea repasar pormenorizadamente los argumentos racionales a favor del teísmo (la existencia de una persona sin cuerpo, eterna, que está en todas partes, creadora de toda realidad, omnipotente, omnisciente y sumamente bondadosa) puede recurrir al libro de J. L. Mackie titulado El milagro del teísmo, donde son examinados con una honradez tan escrupulosa que a veces bordea el tedio. La conclusión, como los más impacientes ya habíamos previsto, es que no hay evidencia probatoria suficiente para tragarse enormidad semejante. De ahí el título del libro de Mackie, pues al autor le parece milagroso que personas razonables puedan ser también creyentes teístas: pero es que las personas razonables lo son sólo de a ratos y no faltan condicionamientos tanto psicológicos como sociales que hacen inteligible la fe o al menos la profesión de fe. Una actitud que se pretende respetuosa pero que en el fondo no es más que hipócrita o timorata recomienda a este respecto el agnosticismo para evitar las consecuencias socialmente negativas del rechazo puro y simple: «no podemos saber, somos incapaces de fundar el sí o el no». Se trata de una postura intelectualmente inconsistente: o bien incurrimos en un escepticismo absoluto y declaramos no saber nada sobre nada, lo cual resulta desmentido por las estrategias y destrezas que acatamos para orientar nuestra vida cotidiana, o debemos aceptar el mismo uso relativo y sometido a examen pero inequívoco de «verdad» o «falsedad» también en cuestiones religiosas. Es un abuso hipócrita del lenguaje decir que yo no sé si los muertos resucitan o no: sé que no resucitan, de la misma forma que sé cualquiera de las otras cosas de las que estoy razonablemente seguro. Aun más: en lo que respecta al núcleo central de la mayoría de las religiones, es decir la existencia de la propia divinidad, el problema no estriba en que yo no pueda saber si existe o no existe sino en que ni siquiera resulta comprensible qué es lo que ha de existir o no. Una de las piezas más devastadoramente lúcidas de nuestra tradición filosófica, los Diálogos sobre la religión natural, de David Hume, analizan de forma exhaustiva esta perplejidad cuya misma redundancia la convierte en certeza negativa: lo que Hume demuestra es que, dado que nada de mínimamente seguro podemos saber sobre la naturaleza de ese Dios por cuya existencia nos preguntamos, el hecho de que exista o no es igualmente vacuo. No es que no sepamos, sino que no sabemos qué es lo que deberíamos saber: lo que queda así anulado en el agnosticismo no es nuestro conocimiento (en beneficio de la fe) sino nuestro raciocinio (en beneficio de la falsedad). Como bien resume Freud, «la ignorancia es la ignorancia y no es posible derivar de ella un derecho a creer en algo. Ningún hombre razonable se conducirá tan ligeramente en otro terreno ni basará sus juicios y opiniones en fundamentos tan pobres. Solo en cuanto a las cosas más elevadas y sagradas se permitirá semejante conducta» (El porvenir de una ilusión).
Los creyentes aseguran que no es la razón ni la experiencia, con su frialdad científica, quienes pueden comprobar la verdad de la religión: es el sentimiento, una especie de intuición –ella misma de origen graciosamente natural– que percibe la autenticidad oculta de lo divino. Pero también ese intuicionismo sentimental puede ser explicado sin recurrir a ninguna forma de trascendencia. Desde Jenófanes de Colofón hasta Feuerbach o Freud, abundan los análisis plausibles del sentimiento religioso en su dimensión más ingenua o literal. Viene provocado por el desamparo humano por la certeza de la muerte, por las contrariedades de la existencia y la brevedad del tiempo que duramos en este mundo. Los seres divinos son proyecciones hiperbólicas de nuestros deseos: de nuestro anhelo de vida inacabable e invulnerable, de nuestro afán de una condición bienaventurada que nada puede alterar ni amenazar, de nuestro interés en que las culpas sean castigadas y los méritos recompensados mejor de lo que asegura la incierta justicia humana. Como establece Feuerbach en La esencia de la religión, un opúsculo admirable por su tino y honradez filosófica, «donde no percibas ningún lamento sobre la mortalidad y sobre la condición de miseria del hombre, tampoco sentirás ningún canto en loor de los dioses inmortales y felices. Solamente cuando el agua de las lágrimas del corazón humano se evapora hasta el cielo de la fantasía da origen a la formación nebulosa del ser divino». Así se sacralizan, para acorazarlos frente a la zapa del tiempo y de la muerte, los gestos humanos vitalmente más intensos (amor, paternidad, capacidad para la caza y la guerra, coraje, inventiva, sabiduría…), las virtudes más elogiables (sinceridad, compasión, fervor patriótico, generosidad…) e incluso las instituciones sociales más necesarias (tribunales de justicia, autoridad, la comunidad misma en cuanto abstracción colectiva, etc.). Las religiones naturalistas primitivas divinizaban a los seres naturales no humanos dotándoles de una intencionalidad y un carácter antropomórficos, mientras que los teísmos antropocéntricos posteriores veneran como divino al ser humano, desmesurando y proyectando en la trascendencia sus cualidades esenciales a escala deshumanizada. Por medio de la religión se acuña un ideal compartido en el que cada cual puede hallar cierta compensación frente a las insuficiencias de la realidad establecida, a la par que se contrarrestan los impulsos destructivos y disgregadores que todo individuo siente frente a la disciplina de vida en común, sobre todo en las sociedades más complejas y avanzadas: «La satisfacción narcisista, extraída del ideal cultural, es uno de los poderes que con mayor éxito actúan en contra de la hostilidad adversa a la civilización, dentro de cada sector civilizado» (Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión).

martes, 1 de abril de 2008

La visión atea de Cristo: Pasolini y Buñuel

© Giaime Pala
La Insignia. España, noviembre del 2005.

La contrahistoria más grande jamás contada

En el principio fue Dios... luego vino su interpretación. A Ludwig Feuerbach se le atribuía la frase según la cual el primer hombre que declaró tener fe en un Ser superior, en un «Dios», fue también el iniciador de la milenaria historia del pensamiento ateo por provocar la primera respuesta a esta creencia. Porque el ateísmo es antiguo como el pensamiento religioso y, al igual que éste, arrastra un legado ancestral de reflexiones y vigor dialéctico.
Desde la antigua Grecia (Diágora de Melo y Teodoro de Cirene), pasando por el romano Lucrecio, los humanistas italianos, los ilustrados y los clásicos contemporáneos del pensamiento ateo, la literatura no creyente ha venido dilucidando lo místico como problema, misterio, certeza, duda, negación o experiencia. Porque si con la Iglesia se topa, con el sentimiento de lo trascendente se convive, y esto lo saben todos los ateos del mundo que hayan cavilado acerca de lo espiritual alguna vez en su vida o meditado sobre la significación de la Biblia, el Texto por antonomasia, el pedestal de la cultura judeocristiana sobre la que, quiérase o no, se erige nuestra cultura.
Y si el arte es la quintaesencia destilada de lo material y cultural de una sociedad, el cine es el ojo que aferra la imagen para articular el pasado y el presente, ofreciendo una (re)interpretación del mundo.
Estas líneas tratarán de la visión cinematográfica de Cristo ofrecida por dos ateos confesos y empedernidos, Pier Paolo Pasolini y Luis Buñuel. Dos hombres vivos y sumergidos en el tiempo que les tocó vivir, cuyas películas –concretamente El Evangelio según San Mateo (1964) y La Vía Lactea (1969)– enlazan con la tradición erudita del ateísmo desde distintas posiciones humanas, políticas e históricas. Dos hijos del violento y pasionario siglo XX, dos apóstoles de la cultura entendida como compromiso y emancipación cuyas visiones de Cristo tan diversas, aún partiendo del mismo tronco ideológico, nos muestran de forma clarividente la concepción dual que del cristianismo siempre tuvieron los ateos: de diálogo y de rechazo. Si hemos escogido estos dos cineastas es por representar respectivamente estas dos visiones y haberlas sabido trasladar a la pantalla con toda su visceralidad y alma.

Pasolini, o de la religiosidad del ateísmo
Cuando se habla de El Evangelio según San Mateo conviene despejar el terreno de un posible error de enfoque; contrariamente a cuanto afirman muchos críticos, nos hallamos ante la obra más respetada y obsequiada de un director cuya figura ha entrado, en la última convulsa y atormentada década, en el parnaso cinematográfico de los directores obedecidos del que fue un día uno de los templos sagrados del cine mundial: el italiano.
De eso se trata, del ingreso forzado en la Academia del Saber del intelectual antiacadémico por excelencia, después –qué duda cabía– de haberse silenciado o, en el mejor de los casos, edulcorado sus mensajes incendiarios. Triste es la rehabilitación descafeinada del provocador de las personas «de bien», así como triste, por no deseada, es la feliz suerte póstuma del último gran fustigador del filisteísmo y de la mala conciencia cerrilmente culpable de una parte de esa generación, la del sesenta y ocho, en cuyos ojos el intelectual friulano veía «stessa rabbia che agita i vostri padri». Aquella parte que después de haber encolerizado a sus padres no sólo no supo «matarlos» sino que recogió su legado para tornarlo, si cabe, más chato y cicatero que nunca, propiciando una vuelta al orden de lo más estricto. Un status quo contra el que Pasolini no cejó nunca no ya de atacar, sino de vaciar de contenidos y revelar sus lados más oscuros e iracundos.
Estas consideraciones surgen a los treinta años de la muerte del cineasta y de las incógnitas sobre los homenajes y estudios que les están deparando sus otrora denigrantes, hoy convertidos en entusiastas albaceas.
Pasolini siempre fue un ateo convencido pero nunca furibundo, obcecado y «militante», como él mismo reconoció «no he tenido formación religiosa. Mi padre no creía en Dios. Si el domingo iba a misa, sólo era por respeto a una institución garantizadora del orden social (...) Yo no he sufrido ninguna presión religiosa, ni he sido condicionado por ninguna educación católica (1)». Como afirmaba Calvino, el anticlericalismo guerrillero y el ateísmo combatiente sólo son productos de la presión moral e intelectual de la Iglesia cristiana que se incuban en las mentes de quienes la padecieron. El ateísmo del primer Pasolini, el de los años ’50, era fruto de una elección libre de vida que miraba al catolicismo oficial italiano como una fuente perpetua de conformismo y supeditación para su referente político y humano, el campesinado. Sin embargo, los versos de Le ceneri di Gramsci (2) y L’usignolo della Chiesa Cattolica (3) traslucen una crítica dirigida más a la izquierda tradicional que no a la Iglesia católica, por dejar abandonados, en aras de un obrerismo totalizador, a esas masas rurales que se agarraban al discurso religioso al verse desbordados por una realidad cambiante e insegura. Son versos anticatólicos, como reconocía el mismo poeta y cineasta, pero no anticlericales. El Pasolini de la década de los ’50 es un intelectual que no critica abiertamente la Iglesia, sino que le da la espalda, la ningunea por considerarla irredimible y secularmente enquistada en planteamientos medievales. De lo único que se trataba era de arrebatarle su capilar hegemonía social, excluyendo de antemano, por imposible, cualquier tipo de diálogo.
Sin embargo, el tiempo todo lo cambia, hasta las posiciones de la Iglesia católica: la convocatoria del Concilio Vaticano II trajo nuevos aires no sólo a los creyentes de a pie, sino a la misma cúpula y a los sectores agnósticos y ateos de todo el mundo. La presencia en el Vaticano de un Papa, Juan XXIII, lo suficientemente ducho en asuntos de este mundo como para propiciar una apertura en el mundo católico, impactó hondamente a los intelectuales como Pasolini, provocando en ellos una reformulación de sus principios e ideas establecidas. En cierto modo, fue la Iglesia que se acercó a ellos y no lo contrario, a través de cierta democratización de sus estructuras y, sobre todo, mediante la acción de algunos sectores del clero y de los cristianos de base cuya reinterpretación del Evangelio en clave progresista modificó una institución hasta entonces enquistada en sus certezas absolutas e indisputables.
Pasolini, hombre imbuido del mundo en el que vivía y reacio a esquivar los grandes debates de su tiempo, después de realizar Accattone (1961), Mamma Roma (1962) y La Ricotta (1963), decidió asumir el reto de materializar en una película la vida de Jesús. Un filme que surgía de esa insistente búsqueda laica de lo mítico y de lo épico que impregnaba toda su anterior producción intelectual, cuya convergencia hacia Cristo –en las intenciones del cineasta– iba a coronar su personal cantar de gesta proletario.
A quien hablaba de conversión y cristianización, Pasolini contestaba: «Algunos han visto en este film una obra de militante cristiano, cosa que yo verdaderamente no comprendo (...) Yo no creo en la divinidad de Cristo (...) Lo lamento, no creo en ella (4)». Su visión cinematográfica debía ser fiel a la historia contada por Mateo: «Mi idea es ésta: seguir punto por punto el evangelio según San Mateo, sin hacer de él un guión o una redacción. Traducirlo fielmente a imágenes, sin ninguna omisión o añadido al relato. También los diálogos deberían ser rigurosamente los de San Mateo (5)».
De la puesta en escena e interpretaciones de los actores, y de la relación de éstas con el texto de San Mateo, brotaría la particular visión pasoliniana de Cristo.